Juan Carlos era un próspero empresario metalúrgico. A sus cuarenta y cinco años merced al trabajo duro y su obstinación por lograr todos y cada uno de los objetivos propuestos se había convertido en un auténtico triunfador. Una importante fortuna respaldaba su vida y su futuro más su obstinación y tozudez le impedía delegar aún la más insignificante de las obligaciones lo que lo llevaba a una vida sin pausas, ausente de días libres y vacaciones.
Su esposa Marta, trató en reiteradas oportunidades convencerlo de que atenuara el ritmo de labor, que contratara a un ayudante que lo supliera al menos en decisiones que no requirieran de su intervención personal en forma necesaria.
La negativa de Juan Carlos era rotunda, absoluta.
Así fue hasta que un intenso dolor en el pecho y un desmayo en el recinto de su oficina lo llevaron al hospital más cercano. Un pico de estrés, casi un infarto por exceso de trabajo fue el diagnóstico y el principio del fin de la conducción solitaria de su empresa por Juan Carlos.
Una vez repuesto se contactó con un amigo quien le presentó a un joven ingeniero industrial, talentoso, original, lleno de ideas con treinta y cinco años de edad y una salud a toda prueba que garantizaban una adecuada ayuda.
En la primer entrevista hablaron de todo y Juan Carlos pudo apreciar la capacidad del entrevistado el ingeniero Luis María Areca y al finalizar la entrevista le anunció que a partir de ese momento compartiría la conducción de la empresa a lo que entusiasmado Luis María contestó
- Señor no se equivoca, le garanto que soy la persona que busca, competente en mi desempeño hasta la médula.-
- Eso espero mí querido Luis María, eso espero, agrego Juan Carlos.
A partir de ese momento Juan Carlos comenzó a disfrutar de la vida libre y acomodada. Comenzó a viajar, conoció casi toda Europa, Canadá, los estados más Importantes de Estados Unidos de Norteamérica, el Caribe, etc.
Por otro lado Luis María era una maravilla. Sus apuntes eran un plus de tanta importancia que en un año de trabajo la empresa había incrementado en casi un cincuenta por ciento sus ganancias.
Cada decisión de Juan Carlos era mejorada con las ideas de Luis María llegando a un nivel operativo de primerísima calidad.
Juan Carlos fue advirtiendo que en verdad la decisión final en todos los casos no la tenía él sino Luis María.-
Tal circunstancia que le agradó en un momento comenzó a fastidiarlo, sentía que la empresa se le escapaba de las manos.
No obstante el gran afecto que sentía por el joven ingeniero superaba cualquier cuestión. Acostumbraban a salir juntos en los viajes de placer y a navegar en su poderoso yate Fortuna con el cual disfrutaban ambos de su deporte favorito, el buceo.
Al menos una vez por semana se daban el gusto de bucear en zonas que por estar infectada de tiburones implicaba un riesgo que a ambos les gustaba correr.
Una mañana brillante decidieron hacer una salida de buceo junto con Marta que solamente los acompañaba pues estaba convencida que tanto Juan Carlos como Luis Miguel estaban absolutamente locos al arriesgarse a bucear en zonas de tamaño peligro.
Llegaron al lugar fijado, pararon los motores e inmediatamente con su habitual ansiedad Luis María se arrojo al mar con su equipo de buceo bien sujeto.
Apenas Luis María desaparece de la superficie Juan Carlos pone en marcha los motores y se aleja del lugar a toda velocidad sin atender los ruegos de Marta de que volviera a recoger a su amigo. Sordo a cualquier reclamo baja la marcha antes de llegar a puerto y le dice a Marta.
-Recordá bien, Luis María se tiro a bucear y lo perdimos. Lo buscamos largo tiempo pero sin suerte. ¡No lo olvides!, ¡Tu vida está en juego!
Juan Carlos baja a puerto, se entrevista con la prefectura e inmediatamente una embarcación institucional parte hacia el lugar donde fue abandonado Luis María, guiados por Juan Carlos.
Cuando llegaron al lugar una mancha roja delataba que los tiburones habían realizado su trabajo. El rescate de los restos de Luis María fue largo y penoso.
De vuelta a la casa Marta llorando pregunta a Juan Carlos
-¡Porque lo hiciste, porqué!, ¡Hijo de puta, asesino!
Nada personal, francamente, yo no quería que Luis María se mezclara más en mis asuntos. Alteró toda mi vida. La destruyo. Perdió sentido. Ahora podré volver a manejar la empresa a mi gusto y placer. Sin ningún entrometido.