Jorge había terminado su jornada de trabajo. En ese día agobiante de verano, con una temperatura insolente que superaba los cuarenta grados, todo lo que quería era llegar a su casa, buscar su short de baño y correr hasta esa costa de mar que lucía al alcance de la mano y tirarse debajo de las olas una y otra vez.
Subió al auto y maniobró con mucho cuidado. Estaba encerrado y no quería tocar a nadie. Ya había tenido un disgusto por un pequeño roce con otro automóvil el día anterior y no deseaba repetirlo.
Transpiraba como nunca, la camisa mojada, mientras volanteaba para salir sin problemas. Lo logró, aceleró  y allí siente un suave toque.
En un segundo de la nada apareció una rubia histérica gritando

Despacharme Asi ...

Juan era un buen psicólogo, concentrado, estudioso, honesto, rápido para dar con la causa del conflicto que atormentaba a sus pacientes, de terapias rápidas y eficaces.
No obstante ello, su impaciencia y la incontinencia verbal, agresiva, odiosa, insoportable con los tipos que por algún motivo le molestaban eran graves fallas de su manera de ser que no lograba resolver.

 
Las deudas de juego habían llevado a Valeria a la ruina. No era mucho, moneditas. Moneditas que no pudo reunir para devolver a tiempo y allí estaba sentada en la sala de espera del estudio jurídico del Dr. Cuervo buscando una pizca de compasión.

- Pase Valeria, dijo el Dr. Cuervo

- ¡Voy doctor!  Fue la ahogada exclamación de Valeria.

- ¿Que la trae por aquí? preguntó con una sonrisa insolente el Dr. Cuervo.

 Mario llegó molido del trabajo. Abrió la heladera, el olor denso de comestibles de todo tipo y de cualquier tiempo lo mareo, la cerró,  se repuso y a duras penas rescató de esa especie de morgue alimenticia un churrasco de aspecto dudoso y un huevo que según la caja que lo contenía había vencido hacía una semana.