Cuentos de Ningo
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Jorge era un abogado brillante. A los treinta años había alcanzado un prestigio indiscutido. Respetado por sus colegas, requerido por sus clientes, obsesivo por el trabajo bien hecho, honesto, sin tachas.
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Ana estaba desesperada, Mario había salido a trabajar temprano por la mañana ya eran las doce de la noche y no había vuelto.
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Como todos los días Vicente se levantó apenas sonó el despertador.
La afeitada de rigor y allí comenzaba a tomar contacto cierto con la realidad.
Un par de mates, una caricia a su perro Boby y a enfrentar la suave realidad de ese pueblo pequeño de gente agradable, sin sorpresas.
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La consiga de toda la vida fue "no debes llegar tarde".-
Desde su lejana niñez el reclamo materno aun tenía vigencia.-
¡Apúrate que llegas tarde! ¡A las ocho tenés que estar en la escuela! ¡Ocho y un minuto cierran la puerta! Y así una serie de advertencias tendientes a acomodar su acción al riguroso reclamo del reloj, su terminante fatalidad.
Llegada la adolescencia el sometimiento no varió. Mas condicionado que nunca. Nuevamente el requerimiento de su madre, insistente, obstinado, obsesivo. ¡No vuelvas tarde! ¡A las seis te quiero ver en la cama!¡A las cuatro en la escuela a recoger a tu hermano!
En las citas con bellas damitas que hacían feliz su corazón ¡No tardes!¡A las siete en punto!¡Si no llegas siete y cuarto me voy!¡A las doce en mi casa a almorzar!.-
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